miércoles, 14 de enero de 2015

Conocer y Querer

En respuesta a la publicación del 27 de noviembre con el título "Dilema de los dioses o dilema del salto de fe", por G.Wolf, quiero aportar cordial y resumidamente algo de lo que he podido ir aprendiendo en mis escépticos 22 años de vida al respecto.
Estoy bastante de acuerdo con el primer párrafo. Habla de la fe a grandes rasgos, de la confianza ciega en las cosas.
Pondré como ejemplo la que tienen millones de personas en su equipo de fútbol.
Pero ¿un equipo es el mismo que dentro de 10 años? Quizá permanezca el nombre. Analicemos un poco:
A nivel interno, ¿tendrán los mismos principios, políticas, presidente, entrenador, jugadores...?
Y si miramos los factores ajenos a él ¿se enfrentarán a los mismos equipos?¿Sus adversarios serán los mismos, podrán prepararse mejor?
Sinceramente no creo que sea objetivo apoyar a un equipo siempre. Quizá no tenga que serlo. Lo que mueve a la gente a seguir a un equipo u otro son los sentimientos. Por eso tiene para mí la misma importancia un equipo u otro. Es algo que ni me va, ni me viene porque no tiene repercusión en mi vida.
Ahora bien, ¿podemos decir lo mismo de las creencias religiosas? Podemos decir que todas son iguales, o decantarnos por la que más nos guste, o por la que está de moda... ¡Qué poco rigor! Parafraseo al compañero: "no podemos dejar de lado el valor de la evidencia". Esta oración puedo aplicarla en el resto de su publicación.
Quizá sólo vemos una maraña de religiones sin relevancia para nosotros mismos. Si bien G. Wolf preguntaba por qué hay quien cree en un/os dios/es y no en otros, yo digo que es precisamente porque Dios nos ha dado libertad.
El ser humano posee la necesidad de tener actividad física. Entrena, comparte esos momentos, crea espacios para efectuarlos...
También tiene la necesidad de preparar su alma, su ánima, buscando más allá, y compartiendo esa aventura con los demás. Aunque a veces preferimos un estado de sedentarismo espiritual.
Esa inquietud es propia del humano, único animal con pensamiento abstracto, que se plantea las cosas, y que quiere conocer su futuro incluso después de esta vida. Vemos que este sentimiento de trascendencia está presente en todas las culturas, analizada, entre otros, por C. S. Lewis, conocido por ser autor de las Crónicas de Narnia. Ahora toca preguntarnos por qué en esa búsqueda de la verdad se ramifican tantas formas de pensamiento y, por tanto, formas de actuación.
La respuesta es la misma que antes: Dios, desde siempre, nos ha concedido total libertad. Puedes aceptarle. O puedes controlar la vida de los demás en su nombre. Puedes negarlo: quien quiera, que le siga; quien no, no se verá obligado por Él. Incluso puedes hacerte a la idea de que no existe. Sería como el adolescente que, cansado de que su padre le diga que quiere lo
mejor para él, se vaya a la calle y lo olvide. No creo que esté exagerando porque hay personas que se han avergonzado, que se han querido desprender tanto de sus padres, hasta el punto de matarlos. De igual modo, los parricidas que han querido borrar a Dios de su alma o de la sociedad, creando así un ambiente alejado de Dios, nos están dejando huérfanos.
¿Sabe la gente que hay evidencias científicas sobre la creación de cuanto existe a manos de un creador que nos ama? Francis Collins, de los mejores genetistas que pueda enorgullecerse la raza humana, afirma haber encontrado en sus investigaciones y en su vida personal muchísimas muestras de ello, por eso es cristiano. Y queriendo compartir el Tesoro que encontró, lo recopila en un libro. Pero claro, obras así, no interesan.
¿Se ha parado la gente a comparar la moral cristiana con los códigos éticos, que no son para nada arbitrarios? Pero claro, que cada uno haga las cosas según piense.
Eso sí, de poco servirán todas las pruebas sin una experiencia íntima: ¿De qué le sirve a un hijo saber que comparte ADN con su padre, que procede de él, o que un padre está ahí para, enseñarnos, ayudarnos, hacernos felices...? No hay nada como vivirlo.
Decías tú, G. Wolf, "sólo en su mente queda la elección". Pues sí, y es una pena que tantas veces nos autoengañemos para negar la evidencia. Elijamos día a día a Cristo: a veces no sabes qué jugada hará, pero sabes que siempre hace la mejor. Y que aunque sus jugadores seamos algo cojos, con Él se gana.
Incluso en las dificultades podemos sentirnos tremendamente amados por Dios.
Hagamos como una mujer de la que estoy aprendiendo. Contextualizo:
Imperio romano, bajo el reinado de Augusto. Pueblo judío, tras un proceso milenario en esto de relacionarse con Dios, perseguido pero al que Dios ha prometido la Salvación. Ellos esperan a un guerrero o un rey. Pero su Redentor nace en las condiciones más humildes y vulnerables. Como el más insignificante de nosotros. Muere sin nada y como el peor de los ladrones. Nos salva luchando con Amor y reinando sobre la muerte. Aún hoy se aparece y da mensajes de paz. Pero preferimos negar estos hechos.
¿La protagonista? Una humilde mujer llamada María. Humilde porque por encima de su "yo", puso la voluntad de Dios.
Dios confió en ella. Le pidió permiso para empezar el plan de Salvación de toda la humanidad. Ella podría haberse opuesto porque al principio no lo entendía o le daba miedo pero respondió con ese "Hágase en mi según tu Palabra". Permitió a Dios bajar a este mundo.
¿Para qué rechazar al Padre si confía en ti? Esta es la religión. Esta es la relación: Dios tiene fe en ti, Dios confía en ti. ¿Entrenas en su equipo?


Nada de esto servirá a quien lee si no quiere que sirva.

Pseudónimo del autor: Manuel.

1 comentario:

  1. Me ha dejado pensando en una serie de cosas, pero ya escribiré en otro momento.

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